VALENTÍA COMO VALOR
El valor no es una virtud innata; es una
actitud ante la vida. El valiente demuestra una conducta ética para superar el
miedo.
El valor no se restringe únicamente a
los actos heroicos ni a superar terribles adversidades; se demuestra en la
actividad diaria, en la actitud que se adopta ante los retos que se presentan
cada día. Pero no hay que confundir valentía con temeridad. Y es que el valor
no radica en la ausencia de miedo, sino en la capacidad de actuar a pesar de
él. Cobarde y valiente, entonces, no se diferencian por su percepción del
miedo, que es la misma, sino por la predisposición a enfrentarlo o a rehuirlo.
La vida es riesgo, y vencer el miedo,
más allá de la supervivencia, refuerza la autoestima y conforma una de las claves más
fiables para alcanzar la felicidad. Vencer el miedo, sin embargo, no es lo
mismo que ignorarlo. Es necesaria la suficiente asertividad para encontrar el
equilibrio justo entre lo que nos advierte el miedo y lo que nos demanda el
valor.
Sin
la valentía, en los momentos difíciles nuestras vidas podrían irse a la deriva;
sin embargo, la fortaleza interior conducida por una conciencia recta, pueden
llevarnos más lejos de lo que podríamos imaginar.
La
valentía también tiene que ver directamente con defender lo que sabemos que es
correcto. La valentía nos hace personas ordinarias que pueden obtener
resultados extraordinarios.
Una
persona que defiende al débil, que admite sus errores, que afronta las
consecuencias de sus actos, que no calla cuando sabe que algo está mal, puede
estar asumiendo riesgos, pero también está creando una diferencia real en su
vida y en el mundo que le rodea.
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